Te recuerdo

 




  Mientras me queden estrellas por contar, te recordaré.

   La frase que cada noche me reiteraba desde hacía siete meses. Hace siete meses que empezó toda esta pesadilla de la cual, aún no despierto. Hace siete meses que comenzó la guerra de Francia. Hace siete meses que a mi amado marido le llegó la carta de orden de alistamiento, debía ir a filas. Y, hace apenas seis meses que el doctor Dupont me comunicó la noticia de que estaba en cinta de aproximadamente dos meses.

   El bebé iba creciendo en mi interior y a la vez mi desosiego.

   Nos enviábamos cartas todo este tiempo; cuando le anuncié la noticia que estábamos esperando a un hijo, Gérard, mi marido, me respondió con una carta larga y apasionada. La idea de ser padre le estaba dando las fuerzas que tantas veces le faltaban en el frente. A menudo me lo hacía saber en sus cartas. Esperaba que naciera sano y fuerte, pero ansiaba un varón.

   El día 7 de Noviembre, alrededor de las 6 de la mañana empezaron las contracciones. Mi ayuda de cámara escucho mis gritos y apareció asustada en mi dormitorio.

- ¡Clara! ¡Siento unos dolores insoportables en el vientre!

- Señora, ¡esta usted de parto! – Dijo Clara con la voz dulce y calmada de siempre. – llamaré de inmediato a la partera señora.

   Solté un grito en respuesta, sentía como si mis huesos se estuvieran rompiendo a la vez.

   La espera de la partera se me hizo eterna, ansiaba con acabar aquellos dolores inaguantables ¡sentía que me iba a desmayar, por Dios bendito!

- ¡Clara! ¿Dónde demonios se ha metido la partera? ¡no puedo con esta semejante congoja!

- Esta de camino señora, aguante un poco más. Respire hondo varias veces, como le enseñé – Clara había dado a luz a una hermosa niña antes de empezar el servicio en la Villa, sabía de lo que hablaba. El padre de su hija falleció antes de que pudiera conocerla y la pobre no disponía de familiares, por lo que la pequeña Camilla se alojaba, con su madre, en la Villa de Bonnet.

   Fueron varias horas de parto y de dolores inimaginables, pero Clara hizo que todo fuera más fácil y llevadero, para ser sinceras no había cabida en mi imaginación de haber pasado por eso sin ella. Me calmaba, me transmitía paz. Clara se había convertido en una gran amiga para mi, compartíamos casi las mismas aficiones y resultaba ser que éramos bastante parecidas en cuanto a personalidad. A ambas nos gustaba leer, compartíamos largas tardes en la biblioteca leyendo y después solíamos salir al jardín a comentar lo que habíamos leído. Tanto Clara como yo éramos tranquilas y despreocupadas. Solíamos compartir la visión de la vida de forma alegre, siempre veíamos el lado bueno de las cosas. Aunque, tenía que admitir, que aquel parto estaba sacando una versión de mi de lo más hostil.

   Eran casi las siete de la tarde cuando miré el reloj, no podía más, sentía como mi cuerpo había perdido la fuerza por completo cuando oí a la partera decir ¡el último empujón! ¡ya está aquí!, desconocía de dónde había salido la energía pero di ese último empujón, como ella decía, con un enorme grito, el cual ayudó que mis fuerzas aumentarán. Acto seguido escuche un dulce y leve llanto.

- Enhorabuena señora, ha tenido una hermosa niña – dijo alegremente la partera. Envolvió a la pequeña en una sabana blanca y me la puso en mis brazos.

- Oh mi hermosa y delicada hija… ojalá estuviera aquí tu padre para que pudiera ver esas preciosas manitas, lo pequeñita que eres, lo rico que hueles… – apoyé mi frente delicadamente en la suya, rocé tiernamente mi nariz con la de ella, le besé su mano y la atraje hacia mi, la abracé e inevitablemente mis lágrimas empezaron a tocar mi mejilla. No me parecía justo que estuviéramos pasando una guerra. Con lo bonito que eran los tiempos de paz. Pero, menos justo me parecía que, mi Gérard, no estuviera aquí con nosotras.

   Camilla se había convertido en una hermana mayor para Ángela; llamé así a mi pequeña porque, cuando la vi por primera vez juraría haberle visto alas, era mi pequeño angelito. La hija de Clara se transformó en una protectora para Ángela, siempre estaba muy atenta de ella, se notaba que desde el primer momento que la vio ya le había cogido mucho cariño, incluso cuando estaba en mi vientre hablaba con ella y le daba muchos besitos, solía decir que se los daba a su ‘solete’. Su madre solía llamarla así de vez en cuando y ella adoraba como la hacía sentir el sol, decía que era agradable el calorcito que le daba. Supongo que relacionaría el buen sentimiento que le hace sentir cuando estaba en el jardín un día soleado y la costumbre de escuchar ese particular adjetivo tantas veces. A mí me causaba especial ternura. Apenas un tiempo le costaba decir algunas palabras, pero ahora se notaba que hablaba con más fluidez.

   Cuando nació la pequeña escribí de inmediato a Gérard, le comuniqué que ya había nacido nuestro esperado hijo, pero que había resultado ser una niña, que era preciosa y muy espabilada, que estaba muy sana y que ansiaba conocer a su padre.

   Llegó la correspondencia y busque ansiosa entre las cartas si una de ellas era de mi marido, hacía semanas que no tenía noticias suyas, estaba inquieta a causa de los pensamientos intrusivos. No comprendía lo que me sucedía, desde que mi marido está en el frente no soy la misma, aunque intento serlo. Me digo a mi misma que igual sus cartas se han retenido en algún lugar y que pronto recibiría noticias suyas.

   Días después, al fin, llegó una carta de él trasmitiendo su infinita alegría por ser padre de una hermosa niña, escribía que anhelaba la vuelta a casa y poder reunirse con nosotras, con su familia. Sus palabras causaron especial conmoción en mí, lo añoraba demasiado. Al final, antes de despedirse, me hizo saber las buenas noticias; en unas semanas volvería a casa, le habían dado seis días de permiso.

   Los días se me estaban pasando eternos, ansiaba la llegada de mi querido Gérard. Mi ayuda de cámara trataba de convencerme reiteradas veces que contratara a un ama de cría, pero no estaba dispuesta, quería ser yo la que le diera de amamantar a mi hija. Pensaba que era un vínculo muy bonito que debían tener madres e hijos, no permitía que una extraña tuviera ese gesto tan íntimo con mi pequeña, debía ser yo y no aceptaba más discusión.

   Había pasado una semana desde la carta de Gérard, la cuenta atrás se hacía más impaciente. Llegó una correspondencia que despertó especial interés en mi, el remitente era un comandante del ejército francés, la abrí a toda prisa, solo pude leer; Gérard Bonnet ha caído en el frente, mis condolencias a los familiares.

   No podía ser. Aquella situación debía de tratarse de un mal sueño, mi Gérard volvería a casa en unos días, él mismo me lo hizo saber, no podía ser. De ninguna manera.

   Estaba tan afligida que, a causa del disgusto, la leche se me cortó radicalmente y me vi obligada a buscar un ama de cría. Clara se ofreció a encontrar a la mejor de las candidatas, ya que comprendía por la situación que estaba pasando, no sentía fuerzas ni para salir de mi lecho.

   Me había convertido en un alma en pena que deambulaba por la casa casi por inercia, mi querida Clara insistía en que me debía levantar y despejarme, necesitaba salir de aquel pozo sin fondo en el que me había metido, en el que solo veía oscuridad.

   Clara, como siempre, se quedó a mi lado, me comprendía y no forzaba mis tiempos, pero trataba de hacerme sentir mejor, ella y mi hija eran mi luz y mi guía en esta serie de días malos. Realmente no sabría que hacer sin ellas.

   Me levanté esa mañana con un ánimo diferente, era extraño. Hacía buen tiempo, así que le comenté a Clara de ir con nuestras pequeñas al jardín, dimos un agradable paseo cuando, el ama de llaves vino a toda prisa a nuestro encuentro. Cuando llegó a nuestra altura le faltaba el aire y parecía sofocada.

- Rose, por favor ¿Qué ocurre? Le ruego se tranquilice.

- Señora, debe de acudir de inmediato al salón, es importante.

         La información que me anunció el ama de llaves me dejó en desconcierto y, con la mayor prontitud, acudí donde Rose me dijo. Al llegar no lo podía creer, me quedé atónita, solo unos metros no separaban, ahí estaba, mi Gérard. Debía estar sufriendo alucinaciones, hace una semana había recibido la noticia que mi marido había fallecido en la guerra y ahora lo estaba viendo frente así ¿Cómo podía ser cierto?

- Mi querida y amada esposa, no sabe cuanto ansiaba nuestro encuentro – se acercó a mi con los ojos brillosos a causa de las lágrimas contenidas y una sonrisa, me abrazó con tanta fuerza que hizo darme cuenta que aquello era real.

- Gérard… – dije con lágrimas en los ojos – no lo puedo creer mi amor, hace una semana llegó una correspondencia que habías caído en el frente y ahora estás aquí – le devolví el abrazo con desespero.

- No es posible mi amada, estoy aquí. Debió ser una equivocación. Ni si quiera puedo imaginar por lo que has podido pasar esta semana, lo lamento tanto…

   Mi amargura se fue de inmediato, es increíble como en cuestión de segundos la vida te puede cambiar, para bien o para mal, había experimentado ambas cosas.

   Gérard desvío la mirada a mi espalda en busca de nuestra hija, la halló en los brazos de Clara y se acercó a ellas. Pidió permiso para cogerla, yo contemplé la escena a la distancia adecuada, me resultaba tierno y divertido a la vez, Gérard cogía a Ángela en brazos como si se fuera a romper.

   Cuando pudimos reunirnos a solas, me comentó que aquella tarde tenía que ir a ver al doctor, había inhalado un humo tóxico de una granada y sus pulmones se habían visto afectados. En el frente lo estudió un médico que fue el que le dio tal diagnóstico, pero le pidió que en los días que venía de permiso solicitará una segunda opinión con su médico de confianza, aquí disponíamos de más materiales y más preparos. Le comentó que, de ser así las sospechas del doctor en la guerra, no podría volver a filas. Lo que era una buena noticia en parte, si realmente era así podía quedarse aquí, con su familia, pero eso también implicaría que su salud estaba dañada.

   Aquella tarde, como se esperaba, acudió el médico a la Villa y examinó a mi marido meticulosamente. En efecto sus pulmones no estaban bien, el doctor haría un informe detallado de su caso para entregarlo a la comandancia.

   Mi amado se quedaría en su hogar, con su familia. Con suerte mejoraría, ya que el doctor le recetó una serie de medicamentos que sin duda se tomaría, yo misma me encargaría de supervisarlo estrictamente.

   Los días en la Villa se habían pintado de color por la vuelta de Gérard y por el nacimiento de nuestra hija, estaba viviendo un sueño del que no quería despertar. Nunca había sido tan feliz y esperaba que esa felicidad perdurara, al menos todo lo que fuera posible. Nos lo merecíamos todos, a causa de todo el dolor que hemos pasado.

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