La fuerza del amor





Mi corazón latía tan vigoroso por él que, en cada latido, podía apreciarse como mi corazón gritaba su nombre con total claridad.

Era uno de los caballeros de la corte real, pero desconocía el duro misterio que ocultaba mi familia del que él, de una forma u otra, era partícipe.

Hubo un tiempo, hace ya mucho, que ambas familias eran muy cercanas; formaban parte de distintas reuniones que se solían celebrar, encuentros en la mansión de mi familia, etc.

En numerosas ocasiones pude oír a madre hablando del medallón robado; era una reliquia familiar el cual todas las mujeres debíamos de llevar el día de nuestra fiesta de compromiso y en la boda.

Desconocía los detalles de la historia, no solía meterme en aquellos asuntos. En cambio, priorizaba mis tardes entre libros y la mayoría del tiempo la pasaba sumergida en mis pensamientos.

Aquella tarde de primavera, en el inmenso jardín del museo de la ciudad, ese caballero se opuso en mi camino e inevitablemente nuestras miradas se encontraron y, al poco, atisbé que era un hombre encantador con una voz preciosa. Lo admito, me había embelesado con su verba. Tras despedirnos no concebía lo que acababa de suceder. Inevitablemente, mientras regresaba a la altura de mis padres, sonreía como si acabara de presenciar, ante mis ojos, la escena favorita de mi libro favorito. Mi sonrisa se fue apagando poco a poco al percatarme de que me observaban con sus miradas de desagrado por parte de mis padres. No comprendí lo que ocurría hasta que llegamos a nuestra casa. Me revelaron que, los parientes de aquel caballero, eran responsables del robo de la reliquia familiar; el medallón.

No lograba comprender como, algo que sucedió hace décadas, puede seguir afectándonos actualmente hasta tal punto.

La noche siguiente, mis familiares al completo, acudieron a un baile que organizaban en la mansión real; ellos abrían los bailes de la temporada. Me fascinaba los bailes pero, aquella noche, me sentía indispuesta por el exceso de información que recibí la noche anterior por parte de mis padres.

Para mi asombro, aquel caballero se presentó en mi jardín, justo bajo mi ventana y la empezó a golpear con pequeñas piedras que hallaba a su alrededor. Iluminó mi día e hizo que se me olvidara por completo el suceso del medallón. Él no era responsable de lo sucedido, ni si quiera había nacido aún. Sus padres por aquella época, probablemente serían unos niños. Inocentes y ajenos a toda esta historia.

Fueron muchas las madrugadas que nos encontrábamos a escondidas. Hasta que un día lo vi aparecer en su precioso caballo blanco, conforme se acercaba a me percaté de que, su semblante, se podía distinguir un tanto sombrío. Al ver su rostro de aquella forma encendió todas mis alarmas y mi cuerpo se tensó de golpe a modo de respuesta.

En cuestión de segundos llegó a mi altura. Ansiaba tener el conocimiento de lo que sucedía. La espera me pareció interminable hasta que decidió, por fin, pronunciar palabra:

- Milady, no podemos continuar con esta situación. Esta pesadumbre que siento va a concluir trágicamente… -Comenzó diciendo el caballero con tono de temor en su voz.

- Marchémonos juntos, si me ama. Marchémonos.

Me tendió la su mano desde el caballo, en señal de que subiera con él y poder irnos lejos, hasta un lugar donde pudiéramos ser felices, donde no hubiera secretos de familia ni sombras antepasadas que pudieran seguirnos.

¿Qué podía hacer? Coger su mano cambiaría mi vida para siempre, dejaría atrás todo lo que yo era pero, ¿estaba dispuesta a dejarlo todo por él? ¿El amor que sentía era lo suficientemente fuerte como para dar aquel paso? Lo era. Cogí su mano sin mirar atrás dejando, a nuestro paso, todo, para dar paso a un nuevo acontecimiento imborrable, para dar paso a una nueva vida, juntos.




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