La huida de la princesa


En Ucrania, alrededor del año 1900 habitaba una hermosa joven; Beatríce de Yasikov, en un peculiar castillo situado en un acantilado junto al mar.

La joven princesa De Yasikov había crecido con el compromiso, el deber y los quehaceres de una princesa, para que en un futuro pudiera convertirse en la esperada reina que su padre tanto ansiaba.

Beatríce quedó huérfana de madre a muy temprana edad. Su madre cayó enferma en un gélido invierno, una insólita gripe que se agravó arrebatándole la vida a principios de año. Por aquel entonces, Beatríce sólo era una niña que, dada su inocencia, no pudo sumarse al dolor tan inmensurable y desconsolado de su padre.

Hacía mucho, desde el fallecimiento de su esposa, que su padre; el rey Oleg Yasikov, se volvió frío y lúgubre. Retribuía las fatales consecuencias con su única hija, sometiéndola a mucha más presión de la que ya sostenían sus hombros. Pasaron casi doce años desde que Beatríce sufría esa carga que le había impuesto su padre sin formular palabra porque, ese era su deber. Hasta que un día, presa de sus cargas reales y desosiego, decidió evadirse de todas sus responsabilidades y se marchó a un lugar remoto donde le permitieran tener una vida plena y feliz.

Un viejo conocido la ayudó a salir del castillo desapercibida, evadiendo sin ser vistos a los guardias de la corte real.

Debía hacerlo discretamente, pues aún no había cumplido la mayoría de edad y si su progenitor llegaba a enterarse en el acto sería todo un escándalo. Cuando Beatríce subió la colina hasta llegar a una altura considerable se volvió, mirando lo que dejaba atrás, comprendiendo lo que sucedería cuando su padre no la hallara en sus aposentos, pondría el país entero en su busca.

Beatríce cogió un barco en la cara opuesta del acantilado, llegando días después a Londres, allí comenzaría su nueva vida.

Alquiló un hermoso apartamento con unas vistas preciosas. Pensó que debía hacer algo ya que, el sustento económico que se había llevado no duraría mucho y pronto necesitaría dinero para poder mantenerse. Sus primeros días en aquel lugar desconocido lo empleó para familiarizarse con el sitio; visitó numerosos museos, asistió a algún que otro teatro cerca de su apartamento, acudió a unas cuantas de librerías, una en especial se convirtió en su favorita; se trataba de una cafetería con encanto que también disponía de una hermosa librería en su interior. Más adelante solía pasar allí numerosas tardes.

La princesa De Yasikov se transformó en una amante de las artes, el buen café, a la vida en quietud… estaba llevando la vida que siempre había soñado, hasta aquel día, cuando le llegó una inesperada carta de la persona que la ayudó a escapar. Ella se encontraba en esa cafetería que tanto le gustaba, pidió su delicioso y habitual café y comenzó a leer;

Ucrania, 1918

Querida princesa De Yasikov, le hago llegar este escrito para hacerle saber que su padre, tras su marcha perdió por completo el juicio, anda desbocado en su busca. Tras no hallarla en ningún rincón de Ucrania ha decidido emprender su busca en el siguiente orden que le voy a nombrar; Italia, Francia, Estados Unidos y Turquía.

Siempre velo por usted y su seguridad, por lo que le ruego, con todos mis respetos, que tenga usted el mayor de los cuidados. Ya conoce a su padre, él puede llegar a ser de lo más competente y capaz de lo que sea si se lo propone.

He oído rumores que desean partir a explorar aquellos lugares que le cité lo más breve posible. Igual,, muy probablemente, cuando le haya llegado mi carta el Rey Oleg Yasikov ya haya partido en su busca.

Espero con impaciencia noticias suyas.

Un saludo,

Fdo: Señor De Kiov

Se levantó de la mesa donde estaba sentada de un salto, haciendo caer el café que había pedido encima, pero no le importó ¿Qué iba a hacer ahora? Su padre la encontraría, bien se lo dijo el Señor De Kiev y ella lo sabía a la perfección, todo lo que su padre se proponía lo conseguía ¡la iba a encontrar! Y sabía que se lo hacía las consecuencias serían fatales para ella.

Su primer pensamiento; como primera opción, era irse a otro país que no hubiera citado, garantizaría su seguridad pero, se había enamorado de aquel lugar; su gente, sus calles, su paisaje, su humilde apartamento. Ella sentía que estaba en su sitio, en su hogar, su corazón se lo gritaba. Estaba viviendo la vida que siempre añoró tener pero, que no se percató de ello hasta que comenzó a vivirla.

Su segunda idea era algo más descabellada. Había visto varias veces que actualmente había llegado una moda de cambiarse el color del cabello ¡que locura! Ni si quiera había cabida en su imaginación para tanto, pero estaba ocurriendo y podía ser una buena idea, como un cambio de identidad. Si no la reconocían no podrían encontrarla. A fin de cuentas era lo que importaba.

Decidió llevar a cabo la segunda opción y se puso manos a la obra; fue a un salón de belleza donde le cortaron y le pusieron un color de pelo totalmente diferente al suyo. Cuando Beatríce contempló su reflejo en el espejo quedó atónita con el resultado, realmente parecía otra persona completamente diferente. Aún así decidió usar sombrero y unas gafas de sol. Conforme iban pasando los días la princesa se sentía más confiada y segura al caminar por las calles y comenzó, de nuevo, a rehacer lo que solía hacer normalmente.

Casi había pasado un mes de aquella carta y aún no tenía noticias de su padre. Esa seguridad que sentía, conforme pasaba los días, se transformó en miedo. Le costaba salir de su apartamento por temor a encontrarse con su padre y un ejército de guardias reales respaldándolo. No podía vivir con aquella incertidumbre constante, ansiaba por una parte y temía por otra que aquel momento finalmente llegara.

Se estaba acercando el invierno en Londres, Beatríce podía divisar tras su ventana lo hermosas que parecían las calles por la llegada de la Navidad. En el castillo nunca se celebraba esta época del año por el fallecimiento de su madre pero, a ella le fascinaba dicha celebración, le parecía mágica y hermosa.

Días atrás, la princesa, deliberó detenidamente si debía salir a contemplar las calles, los puestos… era su primera Navidad en ese maravilloso lugar y se la estaba perdiendo por temor. Decidió arriesgarse y, al caer la tarde ese día se puso su mejor abrigo, un sombrero precioso, una bufanda que le cubría el cuello y salió a explorar.

Estaba tan maravillada y asombrada con lo que estaba viendo que, casi sin percatarse, se encontró a lo lejos a su padre, con varios hombres que le rodeaban. Preguntaba a varias personas se habían visto a una chica con tales descripciones; castaña, ojos claros, delgada y de tez medio morena. Beatríce palideció de inmediato, ni si quiera pudo moverse, se quedó inmóvil. Todas las personas de aquel lugar los miraban y se abrían a su paso, sin saber como la princesa quedó entre medio de un bullicio de personas a su alrededor aunque estaba en primera fila. Su padre estaba llegando a su altura, mirando atentamente a todo ser que le rodeaba. Su corazón latía arrítmicamente sin control alguno, hasta que, finalmente, llegó donde estaba. Se paró unos instantes y contempló detenidamente a cada uno de los que allí se encontraban. Por suerte siguió su camino y pasó de largo. Sintió que podía respirar nuevamente.

Los siguientes días Beatríce decidió que sería mejor quedarse en su apartamento hasta hacerse una idea que su padre estaría lejos de ella para retomar su vida soñada en Londres.

Cuando llegó el día que sintió que ya podía estar todo en calma salió y su primera parada fue una tienda donde vendían adornos navideños, lo tenía claro. Después de ver toda la tienda finalmente se decidió por un hermoso árbol de Navidad, alguna decoración para el árbol y adornos para su apartamento. Dejó toda la compra en su casa, mientras se preparaba una taza de té organizó algunas de sus nuevas cosas, más tarde salió nuevamente a ver el mercado navideño que estaba a un par de manzanas de donde vivía, visitó un parque donde había varias atracciones pequeñas para los niños, puestos de comida y muchas temáticas navideñas diferentes. Todo Londres estaba nevado y era aún más mágico de cómo lo recordaba cuando llegó. Las familias felices con sus hijos paseaban alegremente por las callejas. Y Beatríce, Beatríce era aún más feliz.

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