Deseo

 

   Cuenta la leyenda que arrojando una moneda a la fuente vuelves a Roma, dos monedas para encontrar el amor y tres para casarte con el amor de tu vida. Yo arrojé tres monedas, para volver a Roma con mi amor, Angelo.

   Viajar sola a veces tiene su parte de viveza y proeza en la que, para mí, es necesario vivir al menos una vez.

   Era la primera vez que viajaba sin compañía, tenía claro cual sería mi destino: Roma. Quería adentrarme de lleno en sus ruinas, enriquecerme de su cultura, adorar su magia, enamorarme de sus atardeceres, admirar su belleza. El cuarto día en Roma empezó con un paseo por el coliseo, donde, entre la multitud de la gente, ahí estaba él, destacando especialmente. Unas horas más tarde, me encontraba en la Iglesia de San Pietro In Vincoli y, nuevamente, entre turistas, ahí estaba él. Nuestras miradas se cruzaron unos segundos antes de ser envueltos en la aglomeración. Al salir de la iglesia me encaminé a El Monte Palatino, es considerado como el origen de la antigua Roma donde, los romanos de clase alta, construyeron sus majestuosos palacios, es uno de los lugares predilectos de Roma y no podía irme sin visitarlos con detenimiento, allí podía capturarse las mejores imágenes del Foro Romano. Al llegar quedé maravillada por los restos de los palacios. Era fascinante cuanta historia tenía aquel lugar, imaginaba escenas con personajes romanos por ese absorbente escenario donde me hallaba. Absorta en mi imaginación, llegando a la altura de los Jardines Farnesianos, nuevamente, ahí estaba él. Lo contemplé en silencio, causaba una gran satisfacción verlo sumergido en sus pensamientos, ajeno a mis miradas. Formaba parte de aquel lienzo tan hermoso, él y lo que quedaba de aquellos jardines.

   Estaba cayendo el sol, debía darme prisa si quería hacer una última parada antes de volver al hostal donde estaba hospedada. Fontana Di Trevi. Descubrí que adoptó el nombre ‘Di Trevi’ porque daba significado a ‘Tres Vías’ ya que la fuente representa la unión de tres calles de Roma. Cautivador. Pude comprobar que estaba en lo cierto, era majestuosa y causaba mayor efecto de lo que llegué a imaginar. Me acerqué con cautela hacia la fuente para contemplar todos sus detalles con prolijidad. Llegué al borde, saqué una moneda, cerré los ojos para pedir mi deseo y siento una presencia a mi derecha, seguidamente de una voz grave, pero dulce.

- Señorita, ¿la conozco a usted de algo?

   Me sobresalté, haciendo caer la moneda al agua, sin llegar a pronunciar ningún deseo. Cuando guié mi mirada hasta la voz que había oído tan próxima, reiteradamente, ahí estaba él, con una sonrisa de medio lado y un ligero brillo en sus ojos que guardaba curiosidad.

- No lo creo, caballero – intenté guardar una sonrisa taimada pero, tras unos segundos de intento, se escapó.

- Entonces me presento, soy Angelo, es un placer conocerla – sonrió –. Al fin.

   Me mordí el labio inferior intentando disimular la risa, me presenté y le informé en tono mordaz que causa de su intromisión perdí la oportunidad de pedir mi deseo. Esbozó una sonrisa y sacó del bolsillo de su abrigo una moneda brillante y me la tendió.

- Solo dispongo de una moneda, ¿le importaría compartir su deseo?

   Negué con la cabeza. Cogí el otro extremo de la moneda, cerramos los ojos con fuerza para pedir nuestro deseo y contamos hasta tres para arrojará a la misma vez al agua; ¡uno, dos y tres! La lanzamos a la fuente con energía, lo que hizo ser salpicados un poco, nos miramos por el acontecimiento y nos reímos por ello. Acto seguido me ofreció invitarme a una heladería que había justo arriba de donde nos hallábamos, aseguraba que hacían unos helados artesanos deliciosos y así compensaría el hecho de compartir mi deseo. Acepté. Nos encaminamos a la heladería hablando de nuestros reiterados encuentros casuales a lo largo del día. Me comentó que este también era su primer viaje sin compañía y que le estaba sorprendiendo gratamente, es un suceso que de primeras impone pero que después merece la pena. Compartió conmigo su itinerario de lugares por visitar, era semejante al mío, por lo que igual, nos volvíamos a encontrar.

   Seguimos el itinerario planeado y, como era de esperar, coincidimos numerosas veces en distintos lugares, por lo que al final decidimos visitarlos juntos. Su presencia era agradable, escucharlo hablar de lo que le parecían los monumentos, sus lugares, su historia, sus dioses, resultaba fascinante, su voz era música tocada por ángeles. Llegué a la conclusión de que causaba ese efecto en mi porque él era un ángel, Angelo. Todo lo que tuviera que ver con el me resultaba celestial. De otro mundo.

   Puedo asegurar que el amor a primera vista existe y, la fascinación en tan sólo momentos después de ir una voz, también.

   Expresaba casi constantemente expresiones como ‘la grandeza de Roma se encuentra en sus antiguas ruinas, testigos silenciosos de un glorioso pasado’. Me embelesaba oírlo, la delicadeza y el sentimiento que le ponía a cada palabra que decía, la dulzura con la que se expresaba.

   Propuso pasar por la Fontana Di Trevi nuevamente para despedir el último día en Roma, donde todo empezó. Cuando llegamos cogió mi mano y me guió hasta la esquina de la citada fuente, donde se encontraba una más pequeña, Angelo me dijo que se llamaba ‘La Fontanela de Enamorados’ cuenta la leyenda que las antiguas mujeres romanas iban hasta allí con sus maridos, que debían marcharse para ser soldados, para beber juntos del agua virgen que caía de los chorros de la fuente, traían consigo vasos nuevos y tras beber del agua rompían los vasos para que su amor durara para siempre.

   Angelo me contó esta hermosa historia justo enfrente de la fuente con dos vasos, pretendía que bebiéramos de ella y rompiéramos aquellos vasos nuevos al acabar, como en la historia, para que nuestro amor durara para siempre.

   Mi ángel me enseñó que Roma con Angelo, era amor.


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