Ritmo cardiaco

 



   Alrededor del año 2013 podía asegurar que fue el mejor año de mi vida. Por aquel entonces tenía dieciséis años; era capitana de las animadoras de mi instituto, era una de las alumnas con mejores calificaciones de mi centro, formaba parte de un club de lectura maravilloso, trabajaba como voluntaria en un centro marino que había dos calles más debajo de donde vivía y estaba a esperas de ser aceptada en la universidad de mi sueños. Hasta que un trágico accidente se llevó toda mi vida de un plumazo.

   Fue la tarde de un viernes sobre las ocho de la tarde, ya había oscurecido, era la última práctica de coche hasta presentarme al examen de conducir. Iba circulando tranquilamente, no me gustaban las velocidades, seguía las instrucciones del profesor al pie de la letra, escuchaba sus consejos en ese momento cuando, un automóvil sin luces, se atravesó a una alta velocidad llevándonos por delante, arrastramos unos metros, apenas tengo un leve recuerdo del suceso, sólo el sentir de un fuerte golpe por el lado derecho, en ese momento cerré los ojos con fuerza, sentí que el corazón se me iba a salir del pecho a causa de los nervios, escuché como unos cristales rotos y un breve pero intenso pitido en los oídos, después silencio y oscuridad. Había perdido la conciencia.

   Desperté en una habitación de hospital, lo que para mí pareció instantes después, pero no estaba en lo cierto. Segundos más tarde vi aparecer a mi madre en mi ángulo izquierdo, tenía un aspecto muy diferente, su rostro parecía deteriorado. Me dijo que había estado dos semanas en coma, que los médicos le habían dicho que los primeros días eran cruciales en mi estado y, tras pasar una semana y a penas unos días le dieron la mala noticia que sería posible que no despertara. Por suerte no fue así.

   A consecuencia del accidente me quedé sin movilidad en las piernas y con ello trajo el infinito desosiego, mis ambiciones y mis metas habían quedado en el paso, no tenía las fuerzas necesarias para luchar por ella, no tenía las fuerzas necesarias para luchar por nada.

   Tras innumerables visitas rutinarias al doctor, en una de ellas me dio la maravillosa noticia que me devolvió la vida, le devolvió el color y el sentido que me habían arrebatado hace unos años; era posible volver a caminar con rehabilitación.

   Hace a penas un mes tuve mi primera sesión de rehabilitación, estaba tan nerviosa que llegué antes de tiempo al hospital donde se realizarían las sesiones. Aquel tiempo extra vino bien para que, el médico que me ayudaría a volver a caminar, se presentara y me refiriera con detalle los ejercicios que tenía previstos para mí.

   Milton, así se llamaba; tenía el pelo oscuro pero con destellos rojizos, unos ojos hipnotizantes, se asemejaban al jade verde, menudito, tez bronceada y una sonrisa encantadora.

   Imaginé que las sesiones de rehabilitación se harían más complicadas, pero con Milton a mi lado todo era más fácil, y divertido. Poco a poco me di cuenta que ansiaba, cada vez más la llegada de las sesiones, y no, no por recuperarme, que también, por él.

   Recuperé mi sonrisa, mis motivaciones por continuar con mis proyectos del pasado, incluso me había interesado por muchos nuevos.

   Cada vez iba recuperando más la movilidad y gracias a Milton, que siempre tenía una palabra de superación, veía la vida de otra forma, de una forma más bonita. Me enseñó a ver la parte buena de las cosas, que lo malo podía ser menos malo si nos centrábamos en lo que nos hacía felices y lo que nos enseñaba las situaciones de adversidad.

   Hoy fue diferente, llegué a rehabilitación como cada mañana, pero la recepcionista de la entrada me dijo que, por orden del Doctor Milton, la rehabilitación hoy sería en el edificio que había justo al lado del hospital, ella me anotó las indicaciones en un papel y me apresuré a llegar. Siempre tuve curiosidad por saber que había en aquel pequeño edificio. Cuando entré quedé asombrada, era una biblioteca; había grandes estanterías de libros simulando un pasillo y al final varias mesas colocadas con sillas. No muy lejos de la puerta de entrada apareció Milton, que me sorprendió mirando todo mi alrededor con fascinación.

- Buenos días, Rose – dijo Milton con una amplia sonrisa.

- Buenos días – dije casi en un susurro, aún fascinada con aquel lugar –. ¿Por qué razón hoy la sesión de rehabilitación es aquí?

- Te lo mostraré, ponte de pie y camina hacia a mi. – Dijo en tono firme, lo miré extrañada –. Ponte de pie y camina hacia a mi – volvió a repetir.

   Nunca antes había caminado sin ayuda de alguien o sin sujeción en las barras ¿Cómo pretendía que hiciera semejante cosa? Era incapaz.

- Rose, se lo que estás pensando y no, no eres incapaz de no levantarte ahora mismo y llegar hasta aquí, confía en mí – tendió sus manos en sinónimo de que me levantara para cogerlas.

   Muy torpemente traté de levantarme de la silla, los primeros intentos fueron en vano.

- No desistas Rose, que no logres hacerlo a la primera no significa que no puedas, solo necesitas intentarlo una y otra vez, tu puedes con esto.

   Sus palabras me dieron la fuerza que en esos momentos me faltaba y, lo conseguí, logré ponerme en pie, es increíble el poder que pueden llegar a tener unas palabras. Llegué hasta él con dificultad pero con éxito.

- Lo has hecho realmente bien – sonrió Milton, agarrándome con firmeza y muy cerca de mí rostro –. Sé que te encanta leer, y a veces la mejor terapia es un buen libro, por eso hoy la rehabilitación es aquí.

   Sonreí como una niña pequeña, no lograba comprender que me estaba sucediendo, porque notaba esta sensación en mi pecho cuando estaba cerca del mi rehabilitador, lo que sí sabía es que era una sensación agradable, no quería que desapareciera, cada vez me sentía más cerca de terminar con las sesiones y, eso en parte lo esperaba con ansias, pero por otra significaría no volver a verlo y no soportaba la idea.

- Tengo por aquí un libro que estoy convencido te encantará, pero echa un vistazo, puedes llevarte los que quieras – Dijo Milton –. Por desgracia no es un sitio muy frecuentado.

   Estuve mirando los libros con detenimiento, mientras él agarraba mi cintura, me sumergí tanto en aquel mundo que, cuando me quise dar cuenta llevaba varios minutos de pie y sin la ayuda de él, estaba andando sola y me estaba aguantando por mi misma. Fue tan grande la fascinación de verme así que me caí al suelo. El rehabilitador vino de inmediato a mi altura, con cara de preocupación, pero yo me reí.

- Lo logré Milton, ¿lo has visto? He estado ojeando estos libros yo sola, sin tu sujeción – fue tanta mi alegría que él se sumó a ella, suspiró aliviado al ver que estaba bien y me abrazó. Mis ojos se llenaron de lágrimas, era un torbellino de sensaciones en mi interior; había conseguido mantenerme en pie y caminar yo sola, volvía a adentrarme al mundo literario y, el médico más guapo me estaba abrazando.

- Rose, tengo que confesarte algo – me dijo mirándome a los ojos, su mirada brillaba y por un momento sentí una punzada en el estómago, ¿qué sería lo que tenía que confesarme? –. Llevo enamorado de ti desde no sé el tiempo y, ahora que te queda poco para marcharte lo único que deseo es que podamos seguir viéndonos. Estoy muy orgulloso de tu progreso, y si quisieras, podría dar un pequeño paseo alguna tarde, conocer más bibliotecas, invitarte a un café… podrías retomar algunos de tus sueños incumplidos hace años, yo estaré aquí para ti y te ayudaré en todo lo que esté en mi mano.

   El corazón me bombeaba tan rápido que incluso llegué a pensar que hasta él podía oírlo. Él aceleraba mi ritmo cardíaco, él era mi ritmo cardíaco. ¿Cómo decirle que yo también siento lo mismo? Las palabras se han quedado aglomeradas en mi garganta formándose un nudo. Igual debió percibir lo que sentía, o escuchó mis pensamientos, como en muchas ocasiones hacía, porque en lugar de insistir en que dijera algo se acercó lentamente a mí, me acarició dulcemente el rostro y me besó.


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