Virtuosa traición


 

   Que gratificante es cuando crees que tienes una vida perfecta; un buen puesto en el trabajo de tus sueños, el hogar con el que siempre soñaste, amigas leales, un compañero de vida encantador… hasta que te instruyen de la peor forma posible que no todo es tan bonito como parecía ser.

   Fui partícipe en numerosas ocasiones como, Amanda, le era infiel a su prometido. A fin de cuentas las señales las tenía delante de mí todo el tiempo, el problema era que yo, ni el resto de nuestro grupo de amigas supo verlo, a tiempo.

   A Else, una amiga del grupo, le fascinaba celebrar su natalicio de la forma más macanuda; reservado en lugares lujosos, fuegos artificiales, copiosas personas, infinidad de regalos, lujosa vestimenta requerida… eventos de lo más exclusivos. Por ende, este año no iba a ser menos, heredó la mansión familiar ya que sus abuelos fallecieron y sus padres eran demasiado mayores para hacerse cargo de ella. Años atrás, y seguramente los años venideros, se festejaría en aquel lugar. Era una estancia realmente hermosa y cautivadora, digna de cuento; techos altos, amplios ventanales, decoración lujosa, paredes blancas con detalles dorados. Fuera disponía de un amplio paraje con jardines dignos de admiración.

   Por aquella estación corría una agradable brisa primaveral, por lo que festejaron el evento en la sala principal de la mansión para, tras el almuerzo, trasladarla a una carpa instalada provisionalmente en el jardín.

   La celebración marchaba exitosamente, la gente reía, conversaba alegremente, Else se mostraba entusiasmada e inmensamente feliz, esa era una de las cosas más importantes para mí. Al caer la tarde, gran parte de los invitados se marcharon y, a pesar de ser muchos, quedaban los más cercanos; amigos de la familia, algunos familiares y nosotras, con nuestras respectivas parejas. Mientras conversaba con el prometido de Amando, Marcus, ambos nos percatamos de que hacía rato no veíamos a nuestras parejas, por lo que decidimos buscarlas juntos ya que en breve se abriría un vals y no disponíamos de pareja para el baile.

    Tras una búsqueda sin éxito, Marcus me propuso ser el mi pareja de baile y acepté. Empezó a sonar la música y nuestros cuerpos empezaron a juntarse como si una extraña magnitud nos estuviera uniendo, sentí un ligero calambre que me recorrió el cuerpo cuando su mano pasó por mi brazo en forma de caricia y, con la que tenía libre, agarró la parte baja de mi espalda, dulce pero firme, me atrajo hacía sí, provocando una extraña punzada en mi estómago, pero era una sensación que no me disgustaba. Bailamos despacio hasta que me sentí tan cómoda entre sus brazos que me permití posar mu cabeza en su pecho, me acarició la columna con la mano, haciendo que la fina tela de mi vestido ardiera a su paso. Subí la cabeza despacio para contemplar su rostro, sus ojos se posaron en los míos, vidriosos, parecían cuchillas afiladas que se clavaban en mi alma, pero no dolía, era una sensación equivalente en cuanto a intensidad pero de lo más afable. La voz de Else nos sacó del embelesamiento, el vals había acabado y nosotros seguíamos bailando lento mientras nuestras miradas estaban perdidas en la del otro.

- ¡Chicos! –gritó Else con entusiasmo–. ¿Habéis visto a Julio y Amanda? Hace bastante que no les veo. –se suponía que nosotros deberíamos saber donde estaban nuestras parejas, pero estábamos tan absortos en nuestro baile que se nos olvidó por completo.

- Fuimos en su busca para poder bailar el Vals, pero no dimos con ellos. –dije con la voz más quebrada para mi sorpresa, aún sentía en el cuerpo el tacto de su piel. Una oleada de remordimientos se apoderó de mí a pesar de no estar haciendo nada malo, ¿verdad?

- Pues retomemos su búsqueda, quería hacer un brindis. –continuó diciendo Else. Parecía estar ajena al vórtice de sensaciones que me recorría todo el cuerpo. Por suerte.

   Indagamos por cada rincón de la mansión; baños, salones, despachos, cocina. Nuestra preocupación fue en aumento cuando no los hallamos por ningún rincón de la estancia y sumaba el tiempo que llevaban ausentes. Mi amiga, que conocía cada ángulo de la mansión, se percató de que había una zona donde ni habíamos inspeccionado, los establos, los habíamos pasado por alto ya que se encontraban bastante alejados de donde estábamos y, aunque era prácticamente inviable que los halláramos allí no perdíamos nada por echar un vistazo.

    De camino al establo mi incertidumbre crecía, reflexioné sobre el largo periodo que no estaba con él, me sumergí tanto en las conversaciones con mis amigas que no percibí su ausencia, ¿dónde podría estar? Nos aproximábamos a nuestro destino cuando oímos unos ruidos extraños, ruidos que no podían ser de caballos, nos miramos los tres a la vez con la expresión confundida.

- ¿Habéis oído eso? –susurró Marcus.

- Lo hemos oído. –dijimos Else y yo al unísono.

   Nos pusimos en la peor de las situaciones, deberíamos haber llamado guardia que custodiaba la mansión, esta noche en especial el festejo. Pero, sin mucha coherencia por nuestra parte, nos acercamos despacio sin tratar de hacer el más mínimo ruido, al parecer esa noche los tres queríamos jugar a ser detectives cuando, en realidad, podríamos estar corriendo peligro de tratarse de algo grave.

   Nos adentramos en el establo siguiendo el extraño ruido que, conforme nos íbamos acercando a él, se podía apreciar el sonido de gemidos, cuando casi llegábamos una voz nos dejó congelados, era Amanda.

- Oh, nadie me lo hace como tú. –dijo Amanda entre jadeos.

   El rostro de Marcus ensombreció al oír la voz de su prometida, no fue menor el asombro para nosotras cuando la voz de su acompañante resonó por toda la estancia.

- Así me gusta, nena. –la voz de Julio me atravesó como un puñal el corazón.

   Con las piernas temblorosas me adentré en su escondijo con Marcus y Else siguiendo mis pasos. La escena fue mucho peor que presenciar sus gemidos, mi corazón herido quería darse la vuelta y borrar aquella secuencia de mi memoria, pero mi dolor me mantenía ahí de pie, con los ojos como platos mirando lo que me estaba atormentando.

- ¿¡Se puede saber que estáis haciendo!? –gritó Marcus rojo de furia.

   En el fondo se lo agradecí, era tan inmenso mi dolor que me impedía pronunciar palabra, aunque me hubiera gustado haber sido más valiente y enfrentar esa situación con valor, pero no pude hacerlo. Ellos no se habían percatado de nuestra presencia hasta que oyeron la voz de Marcus resonar en el entorno, se miraron perplejos y acto seguido nos miraron a nosotros.

- Oh dios mío. –dijo Amanda.

- No, no, no. –dijo Julio a su vez.

   Se vistieron a toda prisa. A pesar de la oscuridad que nos invadía mis ojos se habían acostumbrado a la falta de luz y podía apreciar como sus rostros se coloreaban de rojo por la vergüenza, imagino, cuando Julio se encaminó a mi dirección los ojos se me nublaron por el cúmulo de lágrimas y cuando lo vi abrir los labios para pronunciar palabra me rompí.

   Pasaron seis meses, Marcus se había convertido en mi paño de lágrimas y el hombro donde calmar mi desosiego. Tenía que admitirlo, fue calma para mí en estos meses tan duros y, después de lo que sentí en el vals mi corazón no se sentía roto del todo. Comprendí que el dolor a veces va acompañado de algo extraordinario.

   Marcus y yo empezamos a salir ocho meses después del incidente en el cumpleaños de Else. Nos separamos de Julio y Amanda justo después de la celebración y, hasta día de hoy.

   A fin de cuentas, si algo no acababa bien es porque aún no es el final.


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