Por sorpresa tocó ser princesa
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Madeleine era una chica corriente procedente de un pueblo pequeño con pocos habitantes. Desde muy temprana edad trabajaba con su madre labrando la tierra para enajenar los alimentos que se producían de ella. Cuando disponía de un poco de tiempo le fascinaba leer todo tipo de libros y enriquecerse de cultura; en su casa sufrían escasez de numerosas pertenencias pero no escasez en el mundo de las letras. Su padre, cuando vivía, solía decir que era más sustancioso ser acaudalado en mente y alma que serlo por bienes materiales. Un buen día, la joven agricultura, había acabado con su quehacer en la tierra y su madre la había mandando al pequeño establecimiento, situado junto al lugar donde residían, para enajenar lo que habían recolectado de la cosecha. Se acercó un apuesto mancebo; cabellos oscuros como la noche, mirada que combinaba con su cabellera, tez casi bronceada, impetuoso y con facciones varoniles. - Buenas tardes señorita – dijo el joven con cordialidad y simpatía –